Por Ernesto Raez Mendiola.
*Un artículo de Leonardo Boff como un aporte para nuestra reflexión sobre el
rol que debe cumplir el teatro peruano en estos tiempos.*
La cultura moderna, desde sus albores en el siglo XVI, está asentada sobre
una brutal falta de respeto. Primero hacia la naturaleza, tratada como un
torturador trata a su víctima con el propósito de arrancarle todos sus
secretos (Bacón). Después, con las poblaciones originarias de América
Latina. En su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias (1562)
cuenta Bartolomé de las Casas, como testigo ocular, que los españoles «en
sólo 48 años ocuparon una extensión mayor que el ancho y largo de toda
Europa y una parte de Asia, robando y usurpando todo con crueldad,
injusticia y tiranía, habiendo sido muertas y destruidas veinte millones de
almas de un país que habíamos visto lleno de gente y de gente tan humana»
(Décima Réplica). Luego esclavizó a millones de africanos, traídos para las
Américas, negociados como «piezas» en el mercado y consumidos como carbón en
la producción.
Sería larga la letanía de la falta de respeto de nuestra cultura, culminando
en los campos de exterminio nazi con la aniquilación de millones de judíos,
gitanos y otras personas consideradas inferiores.
Sabemos que una sociedad sólo se construye y da un salto hacia relaciones
mínimamente humanas cuando establece el respeto de unos hacia otros. El
respeto, como bien lo mostró Winnicott, nace en el seno de la familia,
especialmente de la figura del padre, responsable del paso del mundo del yo
hacia el mundo de los otros, que surgen como el primer límite a ser
respetado. Uno de los criterios de una cultura es el grado de respeto y de
autolimitación n que sus miembros se imponen y observan. Surge entonces la
justa medida, sinónimo de justicia. Si se rompen los límites, aparece el
irrespeto y la imposición sobre los demás. Respeto supone reconocer al otro
como otro y su valor intrínseco, bien sea persona o cualquier otro ser.
Entre las muchas crisis actuales, la falta generalizada de respeto es
seguramente una de las más graves. La falta de respeto campea en todas las
instancias de la vida individual, familiar, social e internacional. Por esta
razón, el pensador búlgaro-francés s Tzvetan Todorov en su reciente libro El
miedo a los bárbaros (Galaxia Gutenberg 2008) advierte que si no superamos
el miedo y el resentimiento y no asumimos la responsabilidad colectiva y el
respeto universal no tendremos cómo proteger nuestro frágil planeta y la
vida en la Tierra ya amenazada.
El tema del respeto nos remite a Albert Schweitzer (1875-1965), premio Nobel
de la Paz en 1952. Natural de Alsacia, era uno de los más eminentes teólogos
de su tiempo. Su libro Historia de las investigaciones sobre la vida de
Jesús es un clásico, por mostrar que no se puede escribir científicamente
una biografía de Jesús. Los evangelios contienen historia pero no son libros
históricos. Son teologías que usan hechos históricos y narrativas con el
objetivo de mostrar lo que Jesús significa para la salvación del mundo. Por
eso, sabemos poco del Jesús de Nazaret real. Schweitzer comprendió que el
Sermón de la Montaña es histórico y es importante vivirlo. Abandonó la
cátedra de teología, dejó de dar conciertos de Bach (era uno de sus mejores
intérpretes) y se matriculó en la facultad de medicina. Terminada la
carrera, fue a Lambarene en Gabón, en África, para fundar un hospital y
servir a enfermos del mal de Hansen. Y allí trabajó, dentro de las mayores
limitaciones, todo el resto de su vida.
Confesaba explícitamente: «lo que necesitamos no es enviar allí misioneros
que quieran convertir a los africanos, sino personas dispuestas a hacer por
los pobres lo que debe ser hecho, si es que el Sermón de la Montaña y las
palabras de Jesús tienen un sentido. Lo que realmente importa es volverse un
simple ser humano que, en el espíritu de Jesús, have alguna cosa por pequeña
que sea».
En medio de sus quehaceres de médico encontró tiempo para escribir. Su
principal libro es Respeto ante la vida que él coloca como eje articulador
de toda ética. «El bien», dice él, «consiste en respetar, conservar y elevar
la vida hasta su máximo valor; el mal, en no respetar, destruir e impedir
que la vida se desarrolle». Y concluye: «cuando el ser humano aprenda a
respetar hasta al menor ser de la creación, sea animal o vegetal, nadie
necesitará enseñarle a amar a su semejante; la gran tragedia de la vida es
que muere dentro de un hombre mientras vive».
Qué urgente es oír y vivir este mensaje en los días sombríos que la
humanidad está atravesando.
Leonardo Boff
rol que debe cumplir el teatro peruano en estos tiempos.*
La cultura moderna, desde sus albores en el siglo XVI, está asentada sobre
una brutal falta de respeto. Primero hacia la naturaleza, tratada como un
torturador trata a su víctima con el propósito de arrancarle todos sus
secretos (Bacón). Después, con las poblaciones originarias de América
Latina. En su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias (1562)
cuenta Bartolomé de las Casas, como testigo ocular, que los españoles «en
sólo 48 años ocuparon una extensión mayor que el ancho y largo de toda
Europa y una parte de Asia, robando y usurpando todo con crueldad,
injusticia y tiranía, habiendo sido muertas y destruidas veinte millones de
almas de un país que habíamos visto lleno de gente y de gente tan humana»
(Décima Réplica). Luego esclavizó a millones de africanos, traídos para las
Américas, negociados como «piezas» en el mercado y consumidos como carbón en
la producción.
Sería larga la letanía de la falta de respeto de nuestra cultura, culminando
en los campos de exterminio nazi con la aniquilación de millones de judíos,
gitanos y otras personas consideradas inferiores.
Sabemos que una sociedad sólo se construye y da un salto hacia relaciones
mínimamente humanas cuando establece el respeto de unos hacia otros. El
respeto, como bien lo mostró Winnicott, nace en el seno de la familia,
especialmente de la figura del padre, responsable del paso del mundo del yo
hacia el mundo de los otros, que surgen como el primer límite a ser
respetado. Uno de los criterios de una cultura es el grado de respeto y de
autolimitación n que sus miembros se imponen y observan. Surge entonces la
justa medida, sinónimo de justicia. Si se rompen los límites, aparece el
irrespeto y la imposición sobre los demás. Respeto supone reconocer al otro
como otro y su valor intrínseco, bien sea persona o cualquier otro ser.
Entre las muchas crisis actuales, la falta generalizada de respeto es
seguramente una de las más graves. La falta de respeto campea en todas las
instancias de la vida individual, familiar, social e internacional. Por esta
razón, el pensador búlgaro-francés s Tzvetan Todorov en su reciente libro El
miedo a los bárbaros (Galaxia Gutenberg 2008) advierte que si no superamos
el miedo y el resentimiento y no asumimos la responsabilidad colectiva y el
respeto universal no tendremos cómo proteger nuestro frágil planeta y la
vida en la Tierra ya amenazada.
El tema del respeto nos remite a Albert Schweitzer (1875-1965), premio Nobel
de la Paz en 1952. Natural de Alsacia, era uno de los más eminentes teólogos
de su tiempo. Su libro Historia de las investigaciones sobre la vida de
Jesús es un clásico, por mostrar que no se puede escribir científicamente
una biografía de Jesús. Los evangelios contienen historia pero no son libros
históricos. Son teologías que usan hechos históricos y narrativas con el
objetivo de mostrar lo que Jesús significa para la salvación del mundo. Por
eso, sabemos poco del Jesús de Nazaret real. Schweitzer comprendió que el
Sermón de la Montaña es histórico y es importante vivirlo. Abandonó la
cátedra de teología, dejó de dar conciertos de Bach (era uno de sus mejores
intérpretes) y se matriculó en la facultad de medicina. Terminada la
carrera, fue a Lambarene en Gabón, en África, para fundar un hospital y
servir a enfermos del mal de Hansen. Y allí trabajó, dentro de las mayores
limitaciones, todo el resto de su vida.
Confesaba explícitamente: «lo que necesitamos no es enviar allí misioneros
que quieran convertir a los africanos, sino personas dispuestas a hacer por
los pobres lo que debe ser hecho, si es que el Sermón de la Montaña y las
palabras de Jesús tienen un sentido. Lo que realmente importa es volverse un
simple ser humano que, en el espíritu de Jesús, have alguna cosa por pequeña
que sea».
En medio de sus quehaceres de médico encontró tiempo para escribir. Su
principal libro es Respeto ante la vida que él coloca como eje articulador
de toda ética. «El bien», dice él, «consiste en respetar, conservar y elevar
la vida hasta su máximo valor; el mal, en no respetar, destruir e impedir
que la vida se desarrolle». Y concluye: «cuando el ser humano aprenda a
respetar hasta al menor ser de la creación, sea animal o vegetal, nadie
necesitará enseñarle a amar a su semejante; la gran tragedia de la vida es
que muere dentro de un hombre mientras vive».
Qué urgente es oír y vivir este mensaje en los días sombríos que la
humanidad está atravesando.
Leonardo Boff
